miércoles, 10 de agosto de 2011

Desde el púlpito, entender nada

Desde el púlpito, la honestidad y valentía a veces se conjura muy afablemente con la ignorancia y la soberbia. Éste es un fenómeno que frecuentemente se manifiesta y a veces es tan repetitivo que pasa inadvertido ante los ojos de los feligreses, más aún cuando confundimos, como ovejas del rebaño, al simple mortal, al pastor, como un “ser superior”. Olvidándonos que su naturaleza es tan vulgar o especial, según la perspectiva del juicio, como la nuestra.

Por momentos lúcido, ajustado y despejado en la expresión de su pensamiento, sobre todo cuando los conocimientos aprehendidos por él, el mortal, se erigen desde los ámbitos para los que se preparó en su vida, ya sea profesional, de oficio, y/o especialidad. Desatinado, y errante el verbo y la palabra que eclosiona en la ilusión analítica del mortal, que carece de una idea objetiva respecto del tema que aborda. Éstas son las dos caras extremas de la expresión oral del pensamiento, el primero aferrado a la lógica del tema en cuestión, el otro aferrado al divagar de la subjetividad intrínseca del analista.

La prudencia, debe obligar al disertante a definir los límites de su intervención, más aún cuando la responsabilidad de su representación, supera las fronteras de lo propio. De lo contrario, el mortal que debe conducir a su rebaño, como pastor perdido termina solo, sin ovejas y en la nada. Y los más grave aún, sus ovejas dispersas, algunas sumadas a otros rebaños, y otras expuestas a las fauces de los predadores.

Simplemente, un pastor, debe comprender que lo que ha elegido como vocación de vida, es cuidar las ovejas. Cuando intenta hacer piruetas, acrobacias y otras incursiones que nunca practicó, no solo se arriesga a caerse, sino que descuida lo propio, lo que le corresponde. Un refrán muy apropiado para la ocasión diría: zapatero a su zapato.

Leer las declaraciones periodísticas de Monseñor Conejero, y luego escucharlas por la radio, es muy interesante y a la vez lamentable. Así se puede contrastar la lógica del pensamiento de quienes intentan lastrar el transcurrir político e histórico de un pueblo que ha definido un rumbo con un objetivo supremo: la justicia social, para su felicidad y la grandeza de la nación.

Dos aspectos fundamentales son ignorados absolutamente por quien habla desde el púlpito. El primero responde a un modelo económico, de justicia e inclusión social. Que desarrolla fuertemente una economía de consumo interno, protegiendo el desarrollo nacional de las inestabilidades propias de un mundo económicamente voluble, agitado y en pleno proceso de reordenamiento.

Son los sectores marginales de nuestros pueblos los que direccionan sus recursos a ese mercado interno. Modelo que más allá de las crisis mundiales permanentes, se mantiene sólido y en pleno crecimiento, generando fuentes de trabajo genuino a miles de argentinas y argentinos. Sería apropiado que monseñor les pregunte a los trabajadores de los supermercados, por citar tan solo un ejemplo, cuanto trabajan gracias a la capacidad de compra que hoy tienen los argentinos. Seguramente algunos más que otros, pero ese es otro tema.

Aquí, los planes sociales cumplen un rol preponderante, pues no solo asisten a quienes por derecho constitucional requieren la atención del estado, para tener cubierto al menos, mínimamente la salud y la educación, sino que además son quiene,s por no tener capacidad de ahorro, vuelcan su dinero rápidamente en el círculo económico.

Otro aspecto que se transparenta en el análisis que hace el sacerdote, tiene que ver con la valoración, a mi juicio: miserable, que hace de la “cultura del trabajo”, como a él le gusta decir. Pues, si consideramos que un plan social compite con un empleo, entonces el que oferta ese empleo debe ser un absoluto explotador, un negrero como se diría comúnmente.

Fuera de todas las reglamentaciones legales, de los parámetros mínimos de las remuneraciones salariales, es muy lógico que se piense y se esté convencido que un plan social genera “vagos”. Casi con seguridad puedo afirmar que la oferta de los haberes es tan mezquina, que no compite con lo más mínimo, es decir, con un plan social.

Pero desde el púlpito el sacerdote reza el “Padre Nuestro”, y “el pan de cada día” que caiga como el maná, sobre todo si no se tiene un empleo aún. Es más, en la homilía, permanentemente nos convoca a la caridad, invocando a Dios, todo poderoso a que nos “ablande los corazones”. Señalaría una máxima: “consejos vendo, pero para mí no tengo”. Pero no hay que preocuparse, todo tiene una solución en éste mundo, después de lo dicho hay que rezar un pésame, y para enmendar el pecado hay que darle para adelante con caritas, más por menos y todo eso.

Monseñor; con toda humildad déjeme explicarle lo que pienso. Los formoseños al igual que el resto de los argentinos, no somos sonsos. Es obvio que entre un plan social, y un trabajo mal vilipendiado, propio de un explotador, elegimos un plan social. Si decide pagar lo que corresponde por el trabajo que pretende, seguramente tendrá varios interesados. Gracias por su “valentía” y “honestidad intelectual”, nos permite así descubrir la lógica de quienes cuestionan éste modelo y estigmatizan permanentemente a los Cristos vivientes.

Y para terminar, digo lo siguiente: POR LA SEÑAL DE LA SANTA CRUZ, DE NUESTROS ENEMIGOS, LIBRANOS SEÑOR DIOS NUESTRO. Soy y seguiré siendo cristiano, apostólico y romano, más allá de disentir y discrepar con las declaraciones, a mi juicio sumamente inapropiadas, de quien representa a la iglesia en mi provincia.

Fernando M. Inchausti Díaz Colodrero

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